La fascinación de la sala oscura y la pantalla gigante

viernes, 22 de junio de 2007

El fabuloso destino de Amélie Poulain

Hay películas, y libros, que son como el chocolate: no importa cuántas veces lo hayas comido en tu vida, siempre sentirás ese exquisito placer al comerlo una, y otra, y otra vez. Amélie es un excelente ejemplo de esto. Yo la he visto ya unas… qué importa, quién lleva la cuenta, ¿no?

Amélie (con su carita y sonrisa de caricatura y su expresión un poco acontecida e inocente, como el Charlot de Chaplin) vive en una idílica versión de un París perfecto, rodeada de un abanico de personajes que representan todo un diccionario de rarezas y excentricidades. Disparada por un evento totalmente casual, ella se embarca en una cruzada para cambiar las vidas de los que la rodean con anónimos actos de bondad. Pero, ¿quién le cambiará la vida a la solitaria Amélie?

El cine que frecuentemente vemos está muy centrado hacia el final de la película: la hora y media promedio que pasamos en la sala de cine es una recolección y generación perenne de tensión (¿logrará el éxito nuestro atrevido héroe?, ¿quién asesinó al viejo Sinclair?, ¿con quién se quedará la confundida Srta. Fortune?), hasta que se nos revela la tan esperada resolución de la historia. Por ejemplo, toda esta camada de venezolanos, aficionados o no tanto al cine, sin duda recordará para toda su vida el vainón que nos echó Luis Chataing cuando nos contó el final de la película "Sexto sentido".

Aquí se marca la primera fundamental diferencia de Amélie con el resto de las películas. Yo podría contarles toda la película, detallarles el argumento y los personajes, el "fabuloso destino" de la protagonista, incluso revelarles sin ningún pudor el final, y de todos modos nada haría: la película es un festín de principio a fin, y cada escena de ella es un cuadrito de chocolate para saborear y disfrutar. Los encantos del personaje, la fuerte narrativa visual, la exquisita banda sonora de Yann Tiersen: todo eso no se puede ni de cerca contar, todo eso hay que verlo.

El personaje de Amélie usa un muy delicado recurso denominado "romper la cuarta pared": mira directamente a la cámara y le habla al espectador de la película. Con esto logra acercarse a nuestra realidad, desde la ficción de su mundo de película, y lograr muy fácilmente nuestra complicidad en sus aventuras.

Hoy voy a hacer todo un lujo de la vehemencia con la que gustan describirme algunos de mis más cercanos amigos: declaro de manera unilateral e irrevocable la absoluta imposibilidad de NO disfrutar esta película. Los que habían apostado por mi parcialidad hoy podrán recuperar su inversión.

Artículo publicado en Ajoporro el 15 de junio del 2007



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